Gustav Holst,
compositor inglés del que hoy conmemoramos el 78º aniversario de su
muerte, se acercó a la astrología durante un viaje en España que realizó
junto con algunos músicos y poetas también ingleses, entre los cuales
estaba Clifford Bax,
que fue quien le transmitió ese interés. Y fue justamente esa pasión
hacia la astrología la que lo empujó a componer su obra maestra, Los planetas (partitura), una suite
en siete movimientos dedicados respectivamente a cada uno de los
planetas de nuestro sistema solar, con un subtítulo que describe el programa, basado en el carácter del correspondiente dios:
- Marte, el portador de la guerra.
- Venus, el portador de la paz.
- Mercurio, el mensajero alado.
- Júpiter, el portador de la alegría.
- Saturno, el portador de la vejez.
- Urano, el mago.
- Neptuno, el místico.
El primero de estos 7 movimientos está construido sobre un compás de 5/4 y arranca con un ostinato rítmico de los timbales y las cuerdas que avanza implacable y al que en seguida se sobrepone el tema principal, muy marcial y tenebroso, protagonizado por las trompas (otro recurso musical que evoca la guerra).
En el segundo movimiento, sereno y
luminoso como el astro que más reluce antes del amanecer o después del
atardecer (excluyendo la Luna), Holst utiliza numerosos recursos
musicales para conseguir neutralizar la belicosidad anterior, empezando
por renunciar a la gran variedad de instrumentos de percusión de los que
dispone en esta pieza y siguiendo con el empleo de la sordina en las cuerdas y de solos del concertino.
El empleo intensivo de rápidos y ligeros
pasajes de escalas y arpegios da la idea de velocidad relacionada tanto
con el dios Mercurio, frecuentemente representado con alas en los pies,
como con el planeta homónimo, el más rápido del sistema solar, que sólo
tarda 88 días en completar su órbita alrededor del Sol.
Aunque en la iconografía del padre de
los dioses del Olimpo prevalezca una imagen muy severa -sentado en el
trono desde el cual impartía la justicia imponiendo severos castigos a
los reos, fulminando con un rayo o transformando en planta o animal a
quien lo enojaba- el término jovial nos lleva a recordar la
faceta más alegre de este personaje mitológico, al que se le atribuye
una gran cantidad de amantes. Holst lo describe como portador de la alegría con un movimiento a la vez solemne y chispeante.
Mucho más sombrío es el movimiento dedicado a Saturno, tal como era de esperar tratándose de alguien capaz de devorar a sus propios hijos a cambio de un reinado
y por eso reducido a la condición de mortal, lo que le hará conocer el
envejecimiento. Desde el comienzo, este movimiento nos recuerda el paso
del tiempo con una obsesiva repetición de la alternancia de dos acordes
imitando el tictac de un reloj.
Urano, el mago es un claro homenaje a otra obra que trata de magia: El aprendiz de brujo de Paul Dukas. Al igual que ésta, la pieza de Holst empieza con 4 notas largas, en esta ocasión sin adornos. Tras la repetición rápida de esas 4 notas, los fagots presentan el mismo ritmo saltarín empleado por el compositor francés y popularizado por Mickey Mouse en Fantasía.
Neptuno es quizás el dios más enigmático de la mitología clásica, misterioso como su reino, el mar, tan fascinante y a la vez tan peligroso. Los trémolos y los arpegios de las arpas y las cuerdas frotadas, junto con la alternancia de dos acordes menores, crean una atmósfera impenetrable que llega a su culminación cuando Holst evoca otro personaje mitológico del mar, las sirenas, con el canto sin texto de voces femeninas, sorprendiendo al oyente que acude a un concierto sin conocer la obra, pues el compositor indicó en la partitura que “el coro debe situarse en una habitación adyacente cuya puerta debía quedar abierta hasta el último compás de la pieza, cuando se cerrará lenta y silenciosamente”. En el último compás de la partitura hay otra anotación: “este compás debe ser repetido hasta que el sonido se pierde en la distancia”.
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