martes, 2 de junio de 2015

OTRA MANERA DE TRABAJAR LA COMPRENSIÓN LECTORA

Hoy os propongo un juego: contemplad detenidamente estas cuatro ilustraciones de Isidro Ferrer, incluidas en el libro Los sueños de Helena, de Eduardo Galeano, editorial Libros del zorro rojo. En este libro se recopilan las 24 narraciones que escribió Galeano a partir de los sueños de su esposa Helena y cada uno de ellos se acompaña de una de las peculiares creaciones de Isidro Ferrer, collages y obras de arte de técnica mixta a más no poder.
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Ahora intentad asociar cada imagen a la narración que ilustra.

TE PIDO QUE ME SUEÑES
Aquella noche hacían cola los sueños, queriendo ser soñados.
Helena no podía soñarlos a todos, no había caso, no había manera.
Uno de los sueños, desconocido, se recomendaba.
-Suéñeme, que le conviene. Suéñeme, que le va a gustar.
También hacían cola unos cuantos sueños jamás soñados, pero entre ellos Helena reconocía al intruso de siempre, ese bobo, ese pesado, y a otros sueños que decían ser nuevos pero eran viejos conocidos de sus noches de volanderías y navegaciones.

LA CASA DE LAS PALABRAS
A la casa de las palabras, acudían los poetas.
Las palabras, guardadas en viejos frascos de cristal, esperaban a los poetas y se les ofrecían, locas de ganas de ser elegidas: ellas rogaban a los poetas que las miraran, que las olieran, que las tocaran, que las lamieran.
Los poetas abrían los frascos, probaban palabras con el dedo y entonces se relamían o fruncían la nariz.
Los poetas andaban en busca de palabras que no conocían, y también buscaban palabras que conocían y habían perdido.
En la casa de las palabras había una mesa de los colores. En grandes fuentes se ofrecían colores y cada poeta se servía del color que le hacía falta: amarillo limón o amarillo sol, azul de mar o de humo, rojo lacre, rojo sangre, rojo vino…

EL AMIGO
Con un solo brazo nos abrazaba a los dos.
El brazo era larguísimo, como antes, pero todo el resto se había encogido mucho, y por eso Helena lo soñaba con desconfianza, entre creyendo y no creyendo.
Julio Cortázar explicaba que había podido resucitar gracias a una máquina japonesa, que era muy eficiente pero todavía estaba en fase de experimentación, y por error la máquina le habia dejado enano todo el cuerpo salvo el brazo.
Julio contaba que las emociones de los vivos llegan a los muertos como si fueran cartas, y que él había querido volver a la vida por la mucha pena que le daba la pena que su muerte nos había dado.
Además, decía, estar muerto es una cosa que aburre.
Julio decía que andaba con ganas de escribir algún cuento sobre eso.

AMARES
Nos amábamos rodando por el espacio y éramos una bolita de carne sabrosa y salsosa, una sola bolita caliente que resplandecía y echaba jugosos aromas y vapores mientras daba vueltas y vueltas por el sueño de Helena y por el espacio infinito y rodando caía, suavemente caía, hasta que iba a parar al fondo de una gran ensalada.
Allí se quedaba, aquella bolita que éramos ella y yo; y desde el fondo de la ensalada vislumbrábamos el cielo. Nos asomábamos a duras penas a través del tupido follaje, de las lechugas, los ramajes de apio y el bosque del perejil, y alcanzábamos a ver algunas estrellas que andaban navegando en lo más lejos de la noche.

No hay que afanarse en escribir ni en rellenar nada, sólo hay que leer y pensar, contemplar y pensar.

Solución: La ilustración 1ª corresponde a El amigo, la 2ª a Amares, la 3ª a Te pido que me sueñes y la 4ª a La casa de las palabras.
Os animo a que leáis el libro y escojáis para compartir con vuestros compañeros aquellos sueños que os gusten más
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